Grandes nubarrones descargaban toda la ira del cielo convertida en lluvia sobre aquel pueblecito que el sol había tostado durante el verano. Abriendo surcos en las desiguales calles sin acera, arrastraba a su paso todo lo malo y lo bueno hasta el Hoyo la Tota que, convertido en un embudo gigantesco, daba vueltas al compás del tiempo, concentrando un turbulento remolino sobre su madrona –ombligo que todo lo tragaba–, para conducir a través de sus tripas subterráneas el bien y el mal que se amontonaba fuera de las casitas de piedra, cal y arena; y otras de madera, lata y techos de uralita.
Seguro que todos aquellos que se marcharon al cielo siendo Bandoleros nos harán llegar en forma de lluvia sus lágrimas de tristeza, para que las recibamos los que no fuimos capaces de mantener aquellas bellas historias que entre todos forjáramos en BarbateAquella plazoleta cauterizada de todos sus males por el sol y el levante, era casi el centro neurálgico del pueblo. Allí se concentraban todo tipo de vendedores para desplegar sus pregones callejeros. Aquel barrio tenía algo especial, estaba cerca de todo: río, cines, mercado, bancos, farmacia y el Bar Gallado, donde se concentraban un grupo de aficionados a todo, pero sobre todo al carnaval.
Desde el año 58 que Pedro Varo trajera de la capital los repertorios de Los Sarracenos y Los Julianes de Paco Alba y Los Locutores y Los Periodistas del Fletilla, los niños del barrio que ya jugaban a la pelota en su plazoleta con los equipos de la Jungla e Hispania, se convertirían en pequeños cantores carnavalesco que, tras alcanzar los estudios primarios con los aficionados del Bar Gallardo, cada año perfeccionaban sus gargantas con las coplillas de grupos de Cádiz que cada año traía la Hermandad del Medinacelis al Cine Avenida.
La gloriosa adolescencia de los 60 vive sus particulares navidades carnavalescas, dónde vierten su contenida afición para acercar el mes de febrero al 31 de diciembre. Y convertidos en pastorcillos carnavalescos “anuncian la llegada del Niño Dios” con coplillas de carnaval, hito en el que participara todos el pueblo llenando de disfraces la plaza Inmaculada para escuchar sus repertorios.
Su abominable afición por todo lo que olía a Barbate se despliega a lo largo y ancho de sus años de juventud: muchos juegan al futbol en el Barbate de sus amores y siguen manteniendo su estrecha vinculación participativa; en el año 1972 crean la Hermandad de Jesús Orando en el Huerto, y cómo no, abren la primera peña carnavalesca de Barbate, tomando el nombre de Los Bandoleros (en la navidad de 1967). Su exquisita convivencia como pandilla es digna de mención en Barbate, por su colaboración y acervo popular de un ‘Barbateñismo’ fuera de común, llevando como bandera en su himno de amor y cariño “Bandolero soy Bandoleros moriré”.
Por desgracia, como casi todo en la vida, este 31 de marzo ha sido un aciago día para la familia Bandolera. Seguro que todos aquellos que se marcharon al cielo siendo Bandoleros nos harán llegar en forma de lluvia sus lágrimas de tristeza, para que las recibamos los que no fuimos capaces de mantener aquellas bellas historias que entre todos forjáramos en Barbate. Siento en mi alma tener que vivir los años que Dios quiera, con la amargura de no haber sido capaz de conservar ese patrimonio por el que todos luchamos en la ilusión de nuestra juventud. Hace unos días en su vieja trastienda repartieron recuerdos y enseres, dejado en la calle los huesos de la ‘La Peña los Bandoleros’.