Se acerca el verano y empiezo a observar los nervios típicos de esta etapa estival en la que el cuerpo ocupa una excesiva relevancia, muy por encima de otros aspectos que deberían ser prioritarios a lo largo de toda nuestra vida. Decir que la imagen de nuestro cuerpo no importa y que es la salud únicamente lo que debería preocuparnos es una de esas patochadas que se suelen decir, como “el dinero no da la felicidad”, otra de esas que usamos los pobres para consolarnos.
Pues sí, el cuerpo importa, por todas las razones que se nos puedan ocurrir. Todas son validas, y aunque la que menos me preocupe sea que nuestro cuerpo adquiera un formato de imagen como tarjeta de presentación a la sociedad, reconozco que dicha sociedad tiende a marcarnos como modelos referenciales unos estereotipos imposibles de lograr a la mayoría de los mortales, y queramos o no, siempre condiciona. Yo soy gordito, y reconozco que un tanto canalla, pero ese es otro tema. Desde esa premisa, soy consciente de los diferentes periodos por los que he pasado con respecto a mi cuerpo, llegando en momentos determinados a obsesionarme con los kilos, preocupándome más de lo que debería, sobre todo, por ese micro-racismo a los gordos que sobresalimos de los cánones establecidos por determinadas marcas.
Así es, existe una nueva era en la que la gordofobia está en pleno apogeo y empieza a ser un problema que afecta desde edades tempranas y que se ha convertido en una patología muy seria a nivel mental. Esta situación afronta en estos tiempos una dura y difícil realidad, en la que deberíamos tomar conciencia para evitar fomentar y potenciar esa lacra social que arremete contra mis curvas, promoviendo estructuras físicas de forma única y dentro de un contexto de perfección. Pero me ha preocupado en demasía, que esa gordofobia venda, que se utilice para lucrarse y sea un discurso aprendido para determinados influencers y sus respectivos bolsillos.
Ayer oía a uno de estos eruditos comentar: “Contra más te exijas, más te destornillas de los gordos” o “hay que bajar abajo del todo”, mientras hacía flexiones delante de 20 mil seguidores que se quedaban con las protuberancias de sus brazos y no con esos mensajes dignos de estudio “frente a un colegio de pago”. Particularmente, no es que me moleste este tipo de raza aria de mente estrecha y de dialéctica controvertida, dado que ser gordito tiene sus ventajas, y yo las disfruto cada día. Pero deberíamos cambiar ese formato que nos condiciona a todos, evitando incluso los típicos saludos que hacen referencia a nuestros kilos de más o menos, que “en verdad”, a quién le importan.