Sábado por la noche. Silencio. Una inmensa luna llena que, sin mostrar la luz perfecta, sirvió a modo de faro vigía para iluminar el fondo sur del Ramón de Carranza. Ni el escenario calmó la pena de la derrota. No había consuelo para frenar la hemorragia de emociones que produjo la brecha producida. No había justificación para encontrar un consuelo válido. Tropiezo llevado al extremo, por lo inoportuno y duro.
La luz daba color al lúgubre aspecto que había dejado el triste batacazo. Una sombra alargada teñía el fúnebre ambiente. Frialdad y desasosiego. Acababa de terminar el derbi. Pocos protagonistas dejaron verse más allá de lo que la languidez permite cuando se pierde.
Pocas ganas de hablar, muchas caras largas y muchas, demasiadas, preguntas sin resolver. Se había escapado una oportunidad de oro para, casi, rematar la faena. Mucha indignación, y, sobre todo, tristeza. No entraba en los planes caer, nunca entran cuando hay tanto en juego.
Se necesitaba encontrar culpables. Ésos que, con razón o sin ella, sirven para justificar cualquier error. Ajenos o propios, calman la frustración. La semana se iba a tornar demasiado nerviosa y decisiva. Ésta ya termina. Lo hará con el último partido. Ése que estará a la altura de la montaña rusa liguera vivida. Errores múltiples; incontables. Tal vez faltó autocrítica y sensatez. Es posible. Tal vez faltó solucionar más que tapar. También.
El lunes será el día después. El día para valorar, señalar, culpar, criticar y... seguir celebrándolo. El domingo será el histórico y el lunes, el eterno. Porque habrá sol después de la tormenta y calma después del desasosiego. Se quiere y se puede, se debe y se tiene.
Ahora es tiempo de animar, de apoyar, de sentir y vibrar. Porque ahora más que nunca ¡vamos Racing!. Lo conseguiremos.
