La semana que acogió el Pleno más solemne del año, por aquello de la investidura de la Corporación, quedó relegada horas después por la polémica, evitable, de las medallas entregadas a los ediles electos.
Con el paso de los días hemos conocido, como reconoció el alcalde Germán Beardo, que todo había sido a una “una mala ejecución de orfebrería”. Nada más y nada menos. Un desastre de principio a fin.
Si bien se buscó la más barata, en el consenso no se encontró la mala elección de celebrar el Pleno en el Auditorio San Miguel. Pequeño, incómodo y poco vistoso para la ocasión. A la espera de la resolución y de los detalles que ofrezca la empresa, no se termina de entender cuál fue el protocolo a seguir en la recepción de las 60 medallas. ¿Un paquete entra en el Ayuntamiento sin más? ¿Coincidencia que solo se comprobase las que estaban en perfecto estado? ¿Nadie se dio cuenta que esas medallas no reunían el más mínimo decoro para ser entregadas?
La fiscalidad se la otorgó las redes sociales que no daba crédito a lo que veía. Ni que decir tiene y en eso habrá que trabajar para rebajar la ultrasensibilidad, no faltaron quienes aprovecharon la sorpresiva imagen de Alberti sobre el escenario, para mezclar ideología, política, cristianismo... Un cóctel cuanto menos indigesto para la única que solo debía aparecer sin más: la Patrona.
La que da, dio y dará nombre y sentido al Gran Puerto de Santa María y que para lo bueno y lo malo, halló como su imagen, la que representa en su escudo su grandeza, quedó ultrajada porque ni uno ni otros cayeron que esa farsa debía pararse y no dejar que creciera.
El respeto por su imagen va más allá de la fe religiosa, su estampa es la que nos representa como ciudad. ¿Saben de otra ciudad que tenga cumpleaños? El Puerto lo tiene. 16 de septiembre. Respeto.