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La tribuna de Viva Sevilla

El lenguaje en campaña: el poder de una estrategia milenaria

Paco Calvo y Mª Nieves López analizan el poder y el uso del lenguaje tanto en la política especialmente como en otros ámbitos.

Desde el origen de la oratoria en la Antigua Grecia, el lenguaje ha sido considerado como poderosa herramienta al persuadir y convencer. Ya lo decimos en nuestra obra El Código Secreto de las palabras  (Editorial Almuzara) “cambiando el lenguaje, todo cambia”, al mismo tiempo que invitamos al lector a ser consciente del inmenso poder de la palabra. No en vano, toda una serie de combinaciones de palabras (llamadas en lingüística “relaciones sintagmáticas”) y selección de las mismas (relaciones paradigmáticas) se erigen formando un código capaz de convencer, persuadir y mostrar infinitas realidades. Palabras como Constitución, España, inmigración, Cataluña, igualdad o indulto serán seleccionadas y combinadas con la inteligencia de quien maneja a la perfección la oratoria.


Tanto es el poder del lenguaje, que se le otorga la capacidad de la mismísima creación (“Y Dios dijo hágase la luz, y la luz se hizo”). Contentos estarían los maestros de la oratoria griega de mirar el escenario actual y comprobar el modo de convencer, y defender posturas y tesis al cumplir con las reglas de la oratoria. Todo está medido en el discurso político: desde la modulación de la voz hasta la adaptación del ritmo en función del entorno, pasando por las causas discursivas y la comunicación no verbal.


Nuestros dirigentes políticos emplean sus infinitas habilidades elocutivas para poner sobre la mesa los temas que mueven a la polis contemporánea.


Fue Saramago quien dijo “El lenguaje no es ni inocente ni impune”. Ciertamente todo lenguaje responde a una intención, aunque en muchas ocasiones ni siquiera el emisor lo sabe, pues es común que surjan del inconsciente. Esto no suele ocurrir en política, pues en este ámbito el lenguaje es consciente, premeditado y estudiado al detalle al servicio del interés de los partidos políticos. Como sabemos, dependen de los votos como un equipo de fútbol depende de los goles; y es ahí, por lo tanto, donde está su miedo, lo que les duele.


Para la conquista del voto, han de conectar a través del lenguaje con lo que le duele a la ciudadanía. El lenguaje político se ajusta al momento, y vivimos momentos convulsos. El conflicto catalán está marcando la agenda, las propuestas y los discursos de los partidos políticos. A mayor conflicto, mayor radicalidad en los discursos y más se apela a la emoción para fidelizar y conquistar el voto de la ciudadanía. El lenguaje político del momento es principalmente emocional. Nuestros políticos se enfocan con sus palabras en conquistar nuestro sistema límbico, sembrando ira; y en nuestra amígdala o “sistema reptiliano”, sembrando miedo. Los discursos se centran más en las razones por la que no se tiene que votar al otro, que en los méritos propios. Se trata de estrategias eficaces.


En el conocido “Motivo de pertenencia” está quizás la clave psicológica del momento político actual. Es una necesidad del ser humano identificarse con grupos sociales, con “tribus”. El conflicto político actual es un conflicto de pertenencia, entre sentimientos de identidades, la española y la catalana, que muchas personas empiezan a sentir como contrapuestas.


Los partidos que tienen claro que su caladero de votos está mayoritariamente en una parte, son los que más radicalizan sus discursos. Los partidos que comparten votos en ambas partes, están obligados a usar discursos más moderados, dando una de cal y otra de arena, buscando la difícil tarea de conectar con todos y de no molestar a nadie. Los discursos radicales conectan con las personas más enfadadas o temerosas con la situación, pero paradójicamente, las personas moderadas temen los radicalismos, por lo que los partidos moderados se enfocarán en generar miedo sobre las opciones más radicales.


El arte de la oratoria política electoral constituye un escudo infalible dentro de un contexto comunicativo elocutivo-persuasivo que viene a demostrarnos, otra vez, el poder mágico del lenguaje: un código que determina la forma en la que vemos el mundo, o en la que nos hacen ver el mundo.

 

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