Al hilo de la celebración el pasado año del centenario de Miguel Delibes (1920 – 2010), leí en un volumen reeditado con sus múltiples artículos, una frase que no he olvidado: “La cultura se crea en los pueblos y se destruye en las ciudades”. Para quien sabe de lo rural y de lo urbano, para quien ha vivido en esas dos orillas tan distintas y tan distantes, creo que le sería fácil estar de acuerdo con el maestro vallisoletano.
Y traigo a colación su memoria, tras la lectura de “Apuntes del Natural” (Lastura Ediciones, 2021), sexto poemario de María Dolores Almeyda. Porque esta onubense con residencia hace años en Sevilla, ha vertebrado un poemario que canta y cuenta sobre un pueblo imaginado, un espacio personal, íntimo, pero también común, donde cabe la simbología de lo que aún no se ha señalado y la realidad de lo vivido y guardado en la memoria. De ahí, que desde su pórtico, de cuenta sin ambages de sus intenciones: “Voy a dibujar un pueblo sin haber planeado su existencia,/ sin elegir su nombre, motivos, ni diseños,/ sin saber de pinceles, de brochas ni acuarelas,/ estoy pintando un pueblo cual paloma de aire,/ y quiero echarlo a volar (…) Lo plantaré junto al mar. Lo sembraré de puentes./ Y al frente dibujaré los cerros, las montañas”.
A la hora de conformar una totalidad en la que haya una aire de conciliación, de humana fraternidad, María Dolores Almeyda anhela, a su vez, reducir esa encarnación de poder que tantas veces acecha a la sociedad. Sin perder de vista la verdad que cabe en todo cuanto es racional, el yo lírico se sitúa en un espacio y un tiempo factibles, complementarios de un futuro donde plasmar estos apuntes al natural, donde pintar los perfiles que determinen un nuevo ámbito: “Dejaría los tubos de pintura sobre el suelo/ y después escribiría un libro, para explicar ese mensaje que quiero recordar/ de la historia naciente de mi pueblo/ y lo que otras generaciones han escrito,/ porque el pasado nunca debe olvidarse”.
En esa intención visual que reescribe lo épico, lo dramático y lo emocional, hay también un propósito de hondo contenido que pretende acercar la ilusión de lo onírico. El cómplice deseo de libertad que anida en estos versos es indudable, así como la voluntad de alinearse junto a una conciencia que devenga en una alianza colectiva. La misma, que sirva de bálsamo ante el desamparo, la misma, que sea consuelo frente a la intemperie: “Hacer un pueblo no es fácil,/ hay que ensanchar las lindes, inventar las esquinas,/ proyectar la cartografía de los mapas (…) Y hay que hacerlo ahora, cuando los días se dilatan/ sobre la tarde hermosa de los girasoles,/ sin demora, con calma, con la ventaja de no sabernos dioses”.
Al cabo, un poemario de intensa voz, sostenido sobre paisajes sensoriales revelados ydesdoblados en una suerte de historia honrada y posible. Y que plantea un sugerente diálogo entre el ser y su eventual derredor, entre su esencia y su ocasional mudanza: “Ahora sólo hay que agitar la varita y darle vida a los elementos,/ crearles sus historias y soñarles sus sueños”.