Con paraguas en mano presenció el último partido de los que han sido sus compañeros. Ni el frío ni la lluvia ni la previa a su marcha, sirvió para no dejar de estar junto a los suyos hasta el último minuto. No quería y no podía permitírselo. A ellos también les debe en parte su salida. Con los que ha compartido vestuario muchas alegrías y alguna que otra pena. Y es que Carlos Neva -especial hasta en eso- no tiene uno, sino dos: juvenil y senior.
Todo eran buenas palabras y mejores deseos. Abrazos, confidencias y emoción. La ocasión lo merecía. Por delante queda aún mucho por decidir y mucho por conocer. Un mundo entero por explorar.
Hasta el final siguió siendo él. Sin estridencias, sin alardes y con calma, llegó el momento de las despedidas. O del hasta luego. Porque volverá, saludará a los suyos y seguirá siendo el mismo. La tormentosa y lluviosa noche sirvió para que el sueño tardara en llegar. El viento alejó a Morfeo y no pudo conciliar el descanso como hubiese deseado.
La mente se entretenía en las múltiples despedidas, el viaje que había por hacer, una ciudad nueva, un equipo nuevo, un entrenador a conocer y unas zapatillas por estrenar… Demasiada actividad seguida para un chico que se siente más cómodo con un balón de por medio.
El AVE sirvió para relajar un poco más al futbolista. Por delante aún quedaban 600 kilómetros. Varias horas en las que matar el tiempo y prepararse para lo que llega. De asimilar el 10 de febrero. El viaje a la ilusión y al sueño que se cumple. Al que un día soñó y deseó con ganas hacerse realidad y que por fin hoy tendrá la recompensa.
Intenso y abrumador día el que le quedaba por delante. Había que exprimirlo al máximo, como se merecía la ocasión. Nunca hay un día como éste. Habrá muchos, infinitos, pero no como el primero. Es el único. El que se quedó guardado para el recuerdo y el que poder contar cómo se hizo. El que siempre quedará guardado a fuego en la memoria. Ése nunca se olvida.
La llegada a Madrid le recordó que deja atrás el mar, que llega a la Capital del Reino y al frío castellano. A un club que está prohibido empatar y donde la exigencia es sinónimo de la victoria. Que la grandiosidad, inmensidad y el ajetreo serán los nuevos acompañantes diarios. Que va a uno de los grandes. Lo sabe. Que tendrá que pelear como el que más y que tendrá que aprender. No le importa. A eso va. Siempre fue su abecé. Aprender y seguir aprendiendo desde la humildad.
Resopló, como el que intenta calmar las mariposas del estómago, intentó tranquilizarse. Carlos, firme, tomó el primer paso y dejando atrás el tren, por un momento dejó de mirar el suelo. Por un momento sabía el gran paso que había dado. Del significado que eso entrañaba y de la importancia que él tenía. A lo largo de sus 17 años, cuántos no habrá dado. Ése era el paso. Ya no había tiempo para pensar, había que buscar el segundo y seguir. Así se hace el camino.
Sabía que dejaba atrás mucho. Todo. Su vida. Levantó la cabeza y gesticulando, al igual que hace cuando va a centrar un balón al área, oteó las nubes madrileñas. Sintió que esto no era un sueño, que era la realidad, que sí, que todo estaba más cerca y que su día era éste. Era el protagonista, el dueño de su futuro y el adalid de una cantera que ya mira a éste como su guía espiritual para ser y estar al igual que él.
Su cabeza fue un reguero de recuerdos. Ni el ruido ambiente le hicieron desistir. Todo fueron sensaciones sin control. Quiso parar, detenerlos. No pudo. Eran demasiados. Se acordó de su casa, de su entorno, de sus compañeros, de Mere cuando lo hizo debutar con el Racing, de sus amigos de la infancia, de su equipo, de sus goles. De todo. Porque Carlos Neva no se olvidó de su nombre.
Deprisa, como se vive en las ciudades inmensas, el coche empezó a tomar carreteras y más carreteras. Un cartel grande, azul, les anunciaba que entraban en la ciudad deportiva de Valdebebas. Palabras mayores. Miradas y más miradas trajeron para sí que esto iba en serio. Lo siguiente fue ya la constatación de dónde estaba. Al lado, cerca de sus ídolos, los televisivos eran ya de carne y hueso. Más nervios y más acelerado iba el corazón. La grandiosidad de fotos, de historia viva, de décadas de triunfo y de odas al recuerdo, lo dejaron sin habla. Risas nerviosas que ayudaron a descubrir su nueva ubicación.
La timidez se hizo más presente. El momento había que inmortalizarlo. Había que dejar plasmado el momento. Fotos y más fotos. Acto seguido, tocaba otra de las obligaciones marcadas en la agenda del día. Había que visitar el Instituto donde proseguirá sus estudios. Los mismos que centralizaron su preocupación días antes de concretar su pase.
No había para mucho más. Ahora llevaba el momento más protocolario. La firma. Había que estampar y sellar el compromiso. Atrás quedaron los innumerables informes y seguimientos. Era hora de rubricarlo. Y a las 14.10 Carlos Neva, con una sonrisa de oreja a oreja, firmaba. Su mundo se detuvo.
El Recreativo Club Portuense pierde a un futbolista, de los mejores, pero empieza crear el mejor reclamo canterano posible para su fútbol base. Otro portuense que sale. Ojala no sea el último. La diferencia. La gran diferencia de todas. Éste lo hace siendo jugador del primer equipo de la ciudad. Diferencias que marcan. Carlos Neva rompe la dinámica, su especialidad así lo constata. Suerte, campeón.