Pensamos que tenerlo todo es lo más importante en la vida, cuando lo único que precisamos para ser verdaderamente felices es tener algo por lo cual ilusionarnos. Nos alegra, pues, que este año, coincidiendo con el día mundial de la salud (7 de abril), se reflexione sobre las medidas que necesitamos poner en marcha para adelantarnos al envejecimiento de la población. Se dice que la buena salud añade vida a los años, y, ciertamente así es, luchar por tener una saludable existencia nos favorece a todos como sociedad. Pronto habrá en el mundo más personas mayores que niños. Y nuestra capacidad de entusiasmo, que no depende de los años, va a ser decisiva para que el mundo cambie. La decepción, la indiferencia, la frialdad, son males de nuestro siglo que no pueden arrebatarnos la vida, por eso el mundo necesita personas entusiastas, capaces de ser generosas y a no conformarnos con darnos sólo a los nuestros, sino a comprometernos a fondo con la humanidad entera, sobre todo hay que entusiasmarse por ayudar a los más necesitados, necesariamente ahora que las desigualdades se acrecientan en este mundo que hemos globalizado.
Por desgracia, la cultura actual lleva a menudo al desánimo, los mensajes que se reciben lejos de hermanarnos nos separan, prometiéndonos una felicidad egoísta. El hombre tiene que reconciliarse con el hombre mismo y ayudarse, en lugar de maltratarse como borregos unos a otros. Por cierto, también el maltrato a las personas mayores es una realidad pura y dura. En los países desarrollados, entre el 4% y el 6% han sufrido algún tipo de ofensa en su entorno familiar. De igual modo, los ancianos que residen en instituciones, también suelen ser víctimas, negándoles en ocasiones los cuidados necesarios. Hay muchas personas de edad muy avanzada que no pueden vivir solas y viven en las más ciega soledad. Cuando tanto se habla de los Estados democráticos y sociales de derecho, resulta que la discriminación por razones de edad divide como jamás ha sucedido a las comunidades entre jóvenes y viejos. La marginación a los mayores está a la orden del día en este círculo vicioso que vivimos. El deterioro de las facultades físicas no impide sus facultades mentales y su capacidad de servicio social, que debiéramos considerar mucho más. Las personas mayores, cuando la sociedad los considera personas útiles, son verdaderas columnas del pensamiento y los avances son realmente positivos.
Los años pueden arrugar nuestra piel, pero la capacidad de entusiasmo es más un signo de salud interior, que ha de tender siempre hacia la altura. ¿Conocen algún alma arrugada?. Seguramente muchas de esas personas mayores que esta sociedad dice "no sirven para nada", son un verdadero terremoto de actividades, superior a la de muchos jóvenes. No les neguemos la capacidad para entusiasmarse, cualquier edad puede caer en una crisis de entusiasmo. Tampoco les neguemos los cuidados médicos, el derecho a la mejor salud posible de ninguna manera puede mermar con la edad. La discriminación y el desprecio hacia nuestros mayores, más pronto que tarde, acabarán pasándonos también factura. Pensamos, por tanto, que es una acertadísima y necesaria conciencia la proclamada este año con motivo del Día Mundial de la Salud, puesto que hace falta adoptar medidas protectoras destinadas a crear una sociedad que reconozca el valor de las personas mayores y su aportación social, permitiéndoles que su capacidad de entusiasmo, no se adormezca y siga desarrollándose.
Es de justicia reconocer que nuestros mayores, se encuentren en el lugar que se encuentren, son valiosos siempre y, además, deben sentirse valorados. Las sociedades que se ocupan y preocupan por sus mayores, avivando su capacidad de entusiasmo, estarán mejor preparadas para hacer frente a un mundo en constante evolución humana y revolución cultural. Ellos son el reflejo de sabiduría para los jóvenes. Deben serlo. Su lección es pura vida. Gozar de buena salud a lo largo de la vida es lo que les ha permitido disfrutar hoy de la vejez; una ancianidad que es más fructífera cuando se empieza uno a sentir joven. Precisamente, el arte de envejecer pasa por el arte de conservar la capacidad por el entusiasmo. Decía Baroja que cuando uno se hace viejo, gusta más releer que leer. Ilustrada confesión, para un mundo como el actual, al que le afanan y desvelan más las arrugas del cuerpo que las del espíritu. Olvidamos que la responsabilidad de todos nosotros es apoyarnos mutuamente, sin importarnos la edad, y seguir haciendo camino con la pasión de sentirse acogido por los de su misma especie.